Resumen del proyecto
#MegaciudadesyContaminaciónMegaciudades y contaminación
Megaciudades y contaminación: El Epicentro Asiático es un proyecto fotodocumental que analiza tres de los mayores retos medioambientales del siglo XXI: los residuos plásticos, la mala calidad del aire y la contaminación del agua. El proyecto se centra en tres megaciudades de Asia, el continente más poblado del mundo: Metro Manila, Delhi y Yakarta.
Los plásticos que ahogan el mar
Creíamos que era niebla
El agua sucia más cara del mundo
Nueva Delhi, la capital con el aire más contami...
Somos una oenegé
Sólo podemos ofrecerte publicaciones como esta si recibimos donaciones
Puedes donar aquí
25 octubre 2022
Que el agua es un recurso cada vez más escaso es algo conocido. Que gran parte de los desastres naturales —nueve de cada diez, según el Banco Mundial— se relacionan con el agua, también. Mientras la población global crece hasta rozar los 8.000 millones de habitantes, y los fenómenos extremos relacionados con el agua son cada vez más frecuentes, hay cerca de 2.000 millones de personas que carecen de acceso seguro a agua potable. Al contrario de lo que se podría pensar, el problema no es exclusivo de zonas rurales remotas. También algunas de las grandes metrópolis del siglo XXI afrontan una complicada gestión del agua, agravada por problemas como la contaminación. En la capital de Indonesia, el cuarto país más poblado del planeta y uno de los más lluviosos del mundo, los retos vinculados al agua son especialmente visibles.
A Yakarta le sobra agua. Y a Yakarta le falta agua. El futuro de la capital de Indonesia está inseparablemente unido al líquido elemento. En esta gigantesca ciudad de unos 10 millones de habitantes el agua para beber, lavarse o cocinar es un recurso tan escaso como costoso. La gran paradoja es que a Yakarta llega agua en abundancia, pero lo hace en forma de ríos contaminados, lluvias torrenciales e inundaciones que, año tras año, sumergen calles, carreteras, casas y comercios.
Existe otro factor estrechamente vinculado al agua —y a la crisis climática— que complica el futuro de esta metrópolis del Sudeste Asiático. En medio de la creciente erosión del terreno y de la subida del nivel del mar, Yakarta es la capital del mundo que más rápido se hunde. En el triángulo de falta de acceso al agua, inundaciones crónicas y hundimiento de la urbe, la contaminación extrema de las aguas juega un papel fundamental.
Indonesia es el cuarto país más poblado del planeta por detrás de China, la India y Estados Unidos. Tiene unos 280 millones de habitantes repartidos en un archipiélago de más de 17.000 islas. La mayor es la de Java, la isla más poblada del mundo (145 millones de habitantes) y la que alberga la megalópolis de Yakarta.
Según el censo de 2020, en la capital viven cerca de 10,56 millones de personas. Pero si tomamos en cuenta su gigantesca conurbación (que incluye otras cinco ciudades satélite y cuatro áreas provinciales), la población de esta megalópolis supera los 30 millones: eso la convierte en la segunda zona urbana más poblada del planeta, por detrás de Tokio.
El país es, además, la mayor economía del Sudeste Asiático. Como sucede en el resto de la región, el crecimiento económico de las últimas décadas se ha producido de forma muy desigual. Según datos de la Agencia de Estadísticas de Yakarta, en marzo de 2021 un 28 por ciento de la población de la megaurbe —al menos uno de cada cuatro habitantes— se encontraba en situación de vulnerabilidad, riesgo de pobreza o directamente pobreza.
Estas desigualdades son muy visibles en una metrópolis donde los rascacielos conviven con los kampungs: asentamientos informales que han crecido de forma orgánica, sin planificación ni servicios. El veloz desarrollo urbano ha convertido Yakarta en una metrópolis congestionada, con miles de edificios heterogéneos, carreteras con tráfico constante, polígonos industriales y numerosas infraestructuras que cubren prácticamente la totalidad de los 650 kilómetros cuadrados sobre los que se levanta.
El 40% del terreno de la ciudad se encuentra bajo el nivel del mar. Esto, unido a los graves problemas de drenaje de los 13 ríos y canales que la atraviesan, da lugar a inundaciones crónicas con cada temporada de lluvias —generalmente de octubre hasta marzo o abril—. Las precipitaciones durante esos meses desbordan año tras años el sistema fluvial de Yakarta, y miles de personas ven, entre la resignación y el enfado, cómo el agua anega las calles y paraliza barrios enteros.
La urbanización del terreno, además, impide que la lluvia penetre en el subsuelo y regenere los mantos acuíferos. Y esto es crucial en Yakarta, donde la red de suministro de agua es muy deficiente y millones de personas dependen directamente de las aguas subterráneas.
En el último siglo, los pozos para extraer agua del subsuelo se han multiplicado a un ritmo feroz. En 1920, cuando Yakarta se encontraba bajo dominio holandés (lo estuvo hasta la independencia de Indonesia, en 1945), había 28 pozos en la ciudad. Hoy se cuentan por miles, legales e ilegales. Datos de 2016 los situaban en 4.270, aunque el número no se conoce con certeza. Y, pese a las leyes que tratan de regular la extracción del agua subterránea, la cifra crece de forma imparable. La sobreexplotación de los acuíferos deforma y hunde el terreno de Yakarta, una ciudad ya asediada por la subida del nivel del mar. En algunos barrios del norte de la capital, el terreno se hunde a un ritmo de más de 20 centímetros al año.
“El agua está vinculada a todas las necesidades humanas”, subraya Sumengen Sutomo, veterano investigador de la Universidad de Indonesia y experto en salud ambiental y calidad del agua. De entre todos los problemas relacionados con el agua que afronta Yakarta, desde las inundaciones al hundimiento, hay uno prioritario: “La falta de acceso a agua que pueda ser consumida de forma segura”.
AGUA CONTAMINADA
Los ríos y acuíferos de Yakarta están entre los más contaminados del planeta. Los trece ríos que atraviesan la ciudad reciben toneladas de vertidos de las fábricas ubicadas en sus márgenes; a esto se suman los residuos domésticos de millones de hogares que acaban, sin tratar, en las aguas fluviales. Pese a ser la mayor megalópolis del Sudeste Asático, Yakarta carece de un sistema de alcantarillado público. Un estudio del Banco Mundial calculaba en 2021 que 9 de cada 10 hogares de la capital indonesia utilizan letrinas o pozos sépticos. Algunos de los condominios más exclusivos tienen instalaciones privadas para tratar las aguas residuales, pero no siempre cumplen los estándares y estas terminan, a menudo, filtrándose al subsuelo.
La polución no es homogénea y sus niveles varían según el tipo de análisis y los parámetros que se utilicen. Insiste en ello el doctor Sutomo, que asegura que “no se sabe cuál es realmente la calidad del agua” de Yakarta. Según datos del Departamento de Medioambiente recogidos en 2020 por la ONG Friends of the Earth, un 35% del agua del subsuelo de Yakarta estaba “algo” contaminada, un 21% lo estaba “bastante” y un 12% estaba “muy contaminada”. Solo un 32% tenía “buena” calidad”.
Además, los principales ríos de la metrópolis (el Ciliwung, Citarum, Cidurian, Cisadane y Bekasi) están “bastante” o “muy” contaminados. Entre las sustancias más abundantes detectadas en sus aguas hay nitratos, fosfatos y amonio, normalmente procedentes de residuos agrícolas y domésticos. Los niveles de metales pesados como mercurio y plomo procedentes de vertidos industriales y urbanos también superan, según el Banco Mundial, los umbrales estándar.
El río Citarum ha sido durante años un desolador ejemplo del impacto de la contaminación. Su nombre suele estar, invariablemente, en los primeros puestos de la clasificación mundial de los más contaminados. Con más de 290 kilómetros, nace cerca de Bandung, la tercera ciudad de Indonesia, y desemboca en la bahía al este de Yakarta. En los márgenes del Citarum y sus afluentes se levantan numerosas industrias —cerca de 3.000, según datos de 2018— cuyos vertidos acaban en las aguas de este río.
Ha habido varios intentos de regenerar el río y su entorno. En 2018, el Gobierno indonesio puso en marcha el proyecto Citarum Harum (Citarum fragante), una de las operaciones de limpieza fluvial más ambiciosas del mundo. El objetivo es transformar el río, con elevados niveles de vertidos tóxicos y residuos domésticos, en una fuente de agua potable. El programa expira en 2025 y, pese a que ha habido avances y está más limpio en varios tramos, la meta parece aún muy lejana. En algunos puntos de sus aguas, los niveles de bacterias coliformes detectadas superan en 5.000 veces los límites considerados seguros.
En zonas rurales próximas a Yakarta, una buena parte de la población utiliza aún el agua contaminada del río para regar sus campos y cubrir parte de sus necesidades básicas. Del Citarum viene, además, el 80% del agua que se distribuye en Yakarta a través de la limitada red de tuberías. Aunque pasa por plantas de tratamiento, el agua de la capital “no es segura en absoluto”, dice Sumengen Sutomo. El científico critica, entre otras cosas, que no se invierta más en tratar y purificar el agua. “No es una prioridad del gobierno. Se centran en construir infraestructuras, y se olvidan del agua potable”.
Aep
Aep Saifulloh tiene 32 años y vive en la aldea de Jati Mulya, en la zona de Karawang, a unos 50 kilómetros al este de Yakarta. Cuenta que en ocasiones el Citarum baja lleno de espuma o con aguas muy oscuras que desprenden mal olor, o que arrastran peces y otros animales muertos. Pese a ello, en la aldea muchos utilizan el agua del Citarum para lavar la ropa, aclarar el arroz o lavarse a sí mismos, aunque a veces, dice, cause picores y manchas en la piel. En ocasiones también utilizan el río para lo más básico: beber. “En esos casos el agua se deja reposar unos días para que los sedimentos se separen. Luego, se filtra y se hierve”.
Cuando el Citarum y otros ríos como el Ciliwung —que atraviesa el centro de Yakarta— entran en la zona metropolitana, a la polución menos visible se suman los desechos sólidos que genera la urbe cada día. Solo al gigantesco vertedero de Bantar Gebang, el mayor de los once que tiene la ciudad, llegan más de 7.000 toneladas cada día. De hecho, Indonesia y otros de sus vecinos del Sudeste Asiático, como Filipinas, aparecen a menudo encabezando las listas de países que más plástico vierten al mar —más allá que buena parte de ese plástico tenga su origen en países occidentales—.
Observamos el cauce del Ciliwung durante unos minutos. Por este río papelera vemos pasar…
…sobres de champú, botellas de plástico, envoltorios de golosinas, sobres de fideos. Una escoba, una caja de naipes infantiles, un bolso negro, una garrafa, una mochila. Un vaso de plástico, y otro, y otro. Un ventilador, un cuaderno infantil, un colchón, un donut. Una tabla de madera. Una alfombra verde, una bolsa negra, un balón de fútbol y un paquete de tabaco. Un pañal, una chancla, el envoltorio de una hamburguesa. Un tronco y una bolsa negra llena de basura. Un pez muerto. Una cartera roja. Una escalera amarilla de plástico. Un frasco de jarabe. Un paquete embalado en papel burbuja. Una zanahoria. Otro pez muerto. Una tabla de cortar, una zapatilla de baño, un tetrabrik, una mazorca de maíz, la parte de arriba de un spray. Un peine azul. Una chancla negra, otro vaso de plástico, una cuchara. Una pelota morada, un peluche rojo y blanco, otro tetrabrik, tapones de botellas. Un zapato rosa infantil, otra chancla negra, un saco vacío, una caja de bastidor, una tapa redonda del tamaño de una alcantarilla.
Una peonza de plástico verde. Un frasco con líquido marrón. Más botellas, más tapones, más trozos de madera. Una pulsera amarilla. Otro pez muerto. Una percha verde. Muchos trozos de poliestireno. Un pedazo de sandía, una hélice roja, un neumático. Un peine rosa con forma de corazón. Más poliestireno, más chanclas. Ramas de árboles, una berenjena, un bote negro con las letras FYLUX. Otro pez muerto. Un frasco de champú, un tenedor de plástico, un spray desodorante. La plantilla de un zapato, más poliestireno, un vaso de fideos instantáneos. Un bote dispensador de jabón, otra bolsa de basura, una pelota de ping pong, un bote de champú. Una espátula azul y un pedazo de lona verde y una cuchara azul y una sandalia y lo que parece el palo de una escoba.
A nuestro lado, un niño arroja al río una bolsa de plástico con los restos de algo que estaba comiendo.
El sistema de recogida y reciclaje de basura de Yakarta es insuficiente para gestionar toda la que genera la ciudad. La mayor parte de sus vertederos han excedido su capacidad original y sufren problemas de gestión, y parte de los residuos terminan en depósitos irregulares o vertidos en el entorno. Los equipos y sistemas de limpieza asignados a los ríos tampoco bastan para retirar todos los residuos que arrastran las aguas.
Un estudio realizado por la ONG Waste4Change apuntaba a que solo el río Ciliwung vierte cada hora cerca de 20.000 piezas de macroplásticos (aquellos mayores de 5 milímetros) a la bahía de Yakarta.
Las barriadas del norte de Yakarta, pegadas al Mar de Java, tienen una larga tradición pesquera. También son las que albergan la población con menos recursos. De las aguas polutas de la bahía depende el sustento de miles de familias.
Cada mañana se ven pequeños barcos de pescadores en las aguas que bañan el norte de la urbe. En algunos puntos hay banderas para indicar los lugares en los que la acumulación de basura y otros objetos en el fondo es tal que puede dañar las embarcaciones.
En los últimos años, investigadores y académicos han advertido del riesgo de que la contaminación afecte a la pesca capturada en la bahía de Yakarta, especialmente tras detectarse en mejillones y algunos tipos de peces niveles inusuales de mercurio y otros metales pesados.
ACCESO AL AGUA
Con los ríos contaminados, el acceso al agua para el consumo queda limitado a la que existe en los acuíferos, la que se vende embotellada y al agua corriente que debería salir por los grifos de los hogares. Pero la red de tuberías de la ciudad es arcaica, se encuentra en mal estado y tiene un alcance reducido. Buena parte de las tuberías datan de la era colonial holandesa, cuando se instaló un sistema de distribución de agua para lo que entonces era el barrio europeo. Hoy, el mal estado de la red hace que una importante cantidad de agua se escape por las grietas antes de llegar a los grifos: en 2021, las fugas supusieron cerca del 44% del suministro total.
Se calcula que el agua de las tuberías apenas representa el 32% del total que se utiliza en la ciudad. El resto se extrae de pozos, se adquiere embotellada o se consigue a través de la práctica informal conocida como nyelang (que deriva del holandés slang, manguera): la compra de agua a vecinos que sí disponen de pozos o de agua corriente. A menor poder adquisitivo, más extendida está esta práctica.
En la ciudad se utilizan además millones de litros de agua embotellada cada año.
Muchos de los pozos se concentran en áreas de rentas altas. En el sur de Yakarta, por ejemplo, el agua extraída a unos 30 metros de profundidad es potable con tan solo recibir un tratamiento simple. En algunos barrios del norte, en cambio, la proximidad al mar dificulta encontrar agua dulce en el subsuelo. El acceso desigual da lugar a una paradoja: las personas con menos recursos son las que más dinero invierten en agua.
Aunque la Constitución indonesia establece que el control del agua debe estar en manos del Estado, en la década de 1990 hubo una ola de privatizaciones, y dos compañías —la británica Thames Water y la francesa Suez— asumieron la gestión del suministro en Yakarta. La mantuvieron hasta 2006, cuando vendieron sus acciones a compañías locales (solo Suez mantuvo una parte minoritaria). En 2015, un tribunal de Yakarta dictaminó que la privatización del agua era inconstitucional y ordenó que el control volviera a manos estatales.
En la actualidad una entidad pública supervisa la distribución del agua en Yakarta (PAM Jaya), aunque ha otorgado la concesión de la distribución a dos empresas privadas, legado de una ley de privatización que aún no se ha superado. “En Indonesia hay 400 empresas de servicios que suministran agua corriente. Pero el 50 por ciento no dan agua potable segura”, dice Sumengen Sutomo.
En el país operan, además, cientos de empresas —indonesias y extranjeras— en busca de beneficios con el negocio del agua embotellada.
El precio del agua
Sopiah
Sopiah tiene 57 años y vive con su familia en Muara Baru, una de las zonas del norte de Yakarta que centímetro a centímetro desaparece bajo el mar. Carecen de agua corriente porque a su casa no llegan las tuberías. Tampoco tienen pozos cerca: la proximidad al mar hace que los acuíferos aquí sean salados. Tres veces a la semana, compran agua a un vecino que sí tiene agua corriente y al que pagan 50.000 rupias (unos 3,5 euros) cada vez que llena el tanque. Calcula que cada día utilizan unos 200 litros: es una familia grande, con cinco hijos y una nieta de tres años. La compra de agua se lleva aproximadamente el 30% de sus ingresos mensuales.
Jabal y su esposa, Nur Ellah, viven en Bukit Duri, una barriada de casas muy precarias pegadas al río Ciliwung. En el patio de la suya hay una bomba manual con la que extraen agua del subsuelo para lavarse y lavar su ropa. Para beber y cocinar compran a diario agua a una tercera persona que la obtiene de la red municipal y la revende en garrafas azules. Antes de consumirla, la hierven. Se ganan la vida con un pequeño puesto en el que venden comida cocinada en casa. Gastan unos tres cubos al día del agua que compran a unas 3.000 rupias por cubo (unos 0,20 euros). Eso les supone unas 280.000 rupias al mes: casi lo mismo que lo que gastan en el alquiler de su vivienda.
Illian Deta Arta Sari vive en una casa amplia en el centro de la ciudad. Para beber compra agua mineral de una conocida marca internacional. Utiliza un galón (3,8 litros) al día, por el que paga unas 23.000 rupias (cerca de 1,5 euros). Para todo lo demás utiliza agua del grifo. Dice que llega bastante limpia y que el suministro es estable. Vive en esta casa desde 2010 y solo ha sufrido cortes de agua tres veces, siempre a causa de inundaciones. En esas ocasiones, pidió agua a su vecina, que tiene un pozo en su patio.
Dian Islamiati Fatwa vive en una zona residencial en el sur de Yakarta, en una gran villa de unos 1.000 metros cuadrados con jardín, una piscina y un edificio anexo dividido en diez estudios que alquila a otros tantos inquilinos. A su casa llega agua corriente, pero utilizan la que obtienen del subsuelo: cuentan con un pozo y una potente bomba eléctrica. La filtran antes de consumirla, pero no la hierven porque no es necesario, dice. Con el agua del pozo también lavan la ropa, el coche y se duchan varias veces al día. Dice que no paga nada al mes por el agua, toda la extrae del subsuelo. En cambio, gasta unos 200 dólares mensuales en electricidad.
YAKARTA SE HUNDE
La gradual reducción de los acuíferos ha degradado seriamente el terreno sobre el que se levanta la ciudad. A eso se une el propio peso de los edificios y la subida del nivel de las aguas que bañan el litoral. Todos estos ingredientes han dado a Yakarta el triste récord de ser la capital del mundo que más rápidamente se hunde. Lo hace a ojos vistas: en zonas como Muara Baru, en el norte, los residentes enseñan sin dificultad zonas anegadas que hace pocos años eran tierra seca.
Las previsiones son pesimistas. Los acuíferos siguen desapareciendo, el mar sigue avanzando y algunas zonas de la línea de costa quedan sumergidas a un ritmo de unos 20 centímetros al año. El hundimiento también empeora las inundaciones que cada año sufre la capital. Los ríos se desbordan, y el sistema de canales heredado de la época colonial, atascado por el barro y la basura, no consigue drenar las aguas que se acumulan y que terminan invadiéndolo todo.
Esto, unido a la congestión crónica de Yakarta, llevó al Parlamento a aprobar el pasado enero una ley para reubicar parcialmente la capital en la isla de Borneo. La nueva ciudad se llamará Nusantara (“Archipiélago”, en indonesio), y está previsto que el proyecto para hacerla realidad se ejecute en diferentes fases entre 2022 y 2045.
La decisión suscita muchas dudas. Por un lado, por su astronómico coste —unos 33.000 millones de dólares, aunque el Gobierno asegura que solo un 20 por ciento provendrá de las arcas públicas—. Por otro, porque el proyecto tendrá un importante impacto en la zona de Borneo Oriental donde se prevé desarrollar. Preocupa que la huella ambiental y humana de una urbe como Yakarta pueda trasladarse, aunque sea en menor medida, al que hoy es un terreno selvático.
Mientras el proyecto de Nusantara está en el horizonte, Yakarta sigue buscando modos de proteger su línea costera. Desde 2002 se han construido muros en algunas áreas del litoral de la ciudad. Sobre la mesa está desde 2014 un ambicioso plan para construir el llamado Great Sea Wall (Gran muro marino), ideado como una gran barrera costera de tres capas que serviría como freno al mar, como paseo marítimo y, al mismo tiempo, como una especie de presa de los ríos que cruzan la ciudad. El proyecto se ha replanteado en varias ocasiones; aunque ha habido progresos en su planificación, se ha pospuesto por los altos costes.
El hundimiento de Yakarta y sus ramificaciones suponen un desafío colosal. El riesgo en este contexto es que los grandes proyectos de infraestructuras —el muro, el traslado de la capital— dejen en segundo plano una necesidad más acuciante. “La falta de agua segura para su consumo”, insiste Sumengen Sutomo.
Que la población pueda acceder a ella “no es un problema de tecnología. Es un problema de gobernanza del agua”.