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El costo humano de los agrotóxicos

Entrevista al fotógrafo Pablo E. Piovano sobre el impacto de los agrotóxicos en la población de Argentina.

Monte Maíz, provincia de Córdoba, Argentina, 23 de septiembre de 2015. Alfredo Cerán trabajó durante nueve años como aplicador terrestre de agroquímicos en los campos de soja. La matriz de sus uñas se quemó, actualmente su cuadro clínico informa cirrosis no alcohólica y tres hernias de disco. 
Los resultados médicos de agroquímicos en sangre mostraron residuos de glifosato, clorpirifós, azatrina, 2.4D y cipermetrina. © Pablo Piovano vía Sonda Internacional

Resumen del proyecto

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Título proyecto:

El costo humano de los agrotóxicos

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Un medio sin ánimo de lucro

Periodismo visual, en profundidad, sobre la crisis climática

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Una entrevista de: Júlia Cussó

4 diciembre 2023

Pablo E. Piovano (1981) se define a sí mismo como un obrero de la fotografía. Nacido en Buenos Aires, durante años trabajó como fotógrafo en el diario argentino Página/12. Pero el trabajo que lo hizo conocido a nivel internacional fue “El costo humano de los agrotóxicos”, en el que documenta el impacto del uso de los agroquímicos en su país. Fotografió, durante siete años, las consecuencias de la fumigación aérea con el herbicida más utilizado del mundo y también uno de los más peligrosos para la salud, el glifosato. Sus fotografías mostraron con dignidad y respeto a personas que desarrollaron malformaciones, a familias afectadas por los agrotóxicos, y dejaron retratado no sólo el daño a las personas, sino también al medio ambiente. Cuenta que las personas afectadas le abrieron las puertas a sus historias, a su intimidad: “No tenía más que presentarme, decir lo que estaba haciendo y ser sincero con quien tenía enfrente”, explica Piovano. En este trabajo, del que hablamos en esta entrevista, se puede ver su forma de entender este oficio. 

Cuando habla sobre este proyecto, lo hace con pasión. Sus ojos miran más allá de la superficie, mientras que sus palabras buscan lo que se creía perdido. Piovano apuesta por trabajos complejos, en profundidad y de denuncia porque ”muchas veces las cosas contadas a medias y sin complejidades” son perjudiciales, dice. Para él, una de las responsabilidades que tienen los fotógrafos es “sostener la memoria”, algo cada vez más complicado en un contexto de recortes en los medios: “Se expulsa de los medios de comunicación a los trabajadores y no hay recursos para las narrativas complejas”. El tiempo que Piovano invierte en sus trabajos —como los siete años dedicados a “El costo humano de los agrotóxicos”— da muestra de su tenacidad.

Sus imágenes han sido publicadas en diarios y revistas internacionales, han iluminado salas alrededor del mundo y han obtenido numerosos reconocimientos. 

Pablo Piovano nos atiende por videoconferencia desde una cafetería de la ciudad de Miramar, en la costa argentina, a cuatro horas de diferencia horaria de Barcelona. Conversamos con él sobre su trabajo fotográfico, sobre los agrotóxicos, sobre cómo fotografiar la vida de las personas afectadas y sobre el sentido e impacto de la fotografía.

Sonda

Retrato del fotógrafo Pablo E. Piovano. © Romina Murua vía Sonda Internacional

¿Qué pasaba en Argentina con la industria agrícola y los agrotóxicos para que te interesaste hacer un reportaje de esta envergadura?

Cuando empecé este trabajo, en 2014, era muy poco lo que se sabía sobre los agroquímicos en Argentina. Yo tuve la suerte de escuchar a unas maestras rurales que vinieron a denunciar  en el [edificio] anexo del Congreso lo que estaba pasando. Salí muy impresionado por el testimonio que dieron esa tarde: narraban que los niños de las escuelas tenían que esconderse cada vez que pasaba un “mosquito” [un tipo de vehículo para fumigar el terreno], o cuando pasaba un avión [fumigador], porque ya habían visto que el impacto en la salud de los niños era muy importante.

Ese fue el primer testimonio que hizo que el tema empezara a interesarme. Lo que siguió fue una comunicación con la Red de Médicos de Pueblos Fumigados: los números que tenían eran impresionantes. Ellos, de alguna manera, fueron los comunicadores [de la problemática de los agrotóxicos], porque la prensa nacional habló muy poco sobre el tema. Los médicos de los pueblos fumigados eran los que atendían a niños, a hombres y a mujeres, y empezaron a ver que el problema era serio. Luego viajé al territorio para tratar de ver qué correlación con la realidad tenían estos relatos.

Lo primero que hice fue ir a la casa de Fabián Tomasi [extrabajador de una empresa de fumigación que, tras desarrollar una enfermedad, se convirtió en un destacado activista contra los agrotóxicos]. Vivía en Basavilbaso, a unos 400 kilómetros de mi casa. Él me abrió muy rápidamente al escenario, tanto intelectual como emocional, de lo que iba a venir después. Con los años se convirtió en un grito de denuncia [contra los pesticidas] muy importante en América Latina. Dio su vida en la lucha contra los químicos y murió peleando hasta el último soplo.

Hace diez años, uno buscaba en internet “Agrotóxicos Argentina” y no había casi nada, se tardaba solo media hora en leer todo lo que había. Ahora podríamos estar un mes y medio leyendo estudios y denuncias, hay mucho material. Ahora los agrotóxicos pueden formar parte de la discusión en una mesa familiar, pero en aquel momento era imposible pensar que pudieran ser un problema para la vida, para la salud.

Pozo Azul, Misiones, Argentina, 9 de abril de 2014. Marilena sostiene a su hija Marilena Vargas Maulin. Su vivienda se encuentra rodeada de campos de cultivos que son fumigados asiduamente. © Pablo E. Piovano vía Sonda Internacional

¿Nos puedes dar un poco de contexto de la Argentina en ese momento, del contexto en el que desarrollaste tu trabajo?

La historia empieza en el año 1996, cuando la corporación Monsanto presenta en el Congreso, entre gallos y medianoche, a espaldas del pueblo, un proyecto de ley para comercializar la soja transgénica y la utilización del glifosato: el famoso paquete tecnológico [integrado por las semillas genéticamente modificadas para resistir a los agroquímicos, y los agroquímicos en cuestión]. 

En tres meses, un tiempo récord, esto se aprobó y cambió la matriz productiva del país, ya que pasamos a tener el 60% del territorio cultivable del país sembrado con soja transgénica. Estamos hablando de 24 o 25 millones de hectáreas.

No hay datos sistematizados de parte del Estado y no hay ninguna intención de hacerlos, pero sí hay datos confiables de varias organizaciones en donde podemos hablar de 500 o 600 millones de kilolitros de agroquímicos en ese 60% del territorio cultivable del país, de lo cual la mayoría es soja transgénica. Otro dato impactante es que si uno divide la cantidad de químicos por habitante tenemos la tasa más alta del planeta, con más de 11 kilolitros por persona cada año. La Comunidad Europea hizo un estudio, el llamado Proyecto Sprint, donde, entre otras cuestiones, se estudia a Argentina. El 100% de las personas [que participaron en el estudio en Argentina] tenía más de un químico en orina y en sangre.

Mapa de los cinco viajes realizados entre 2014 y 2017 por las provincias de Entre Ríos, Misiones, Chaco, Córdoba y Santa Fe. Entre idas y vueltas el fotógrafo Pablo E. Piovano recorrió en su auto aproximadamente 15.000 kilómetros. © Pablo E. Piovano vía Sonda Internacional

¿Quiénes son los principales damnificados por esas fumigaciones? 

Sin duda la gente que vive en las zonas de impacto, en las casas linderas a los campos, que muchas veces son pools de siembra [un tipo de organización agroempresarial que contempla grandes extensiones de hectáreas].

Yo he entrado en muchas casas; muchas personas me han abierto sus puertas para mostrar el impacto causado por los químicos, sobre todo en los niños o en mujeres embarazadas. Cuando una mujer está embarazada y respira un químico en las primeras semanas del embarazo, la posibilidad de que se produzca una malformación congénita se multiplica. Me he encontrado con muchos casos de niños y niñas con espina bífida, y generalmente se daban en este espacio lindero a los campos de fumigación. A veces basta con una sola fumigación para que el ADN se quiebre y produzca un daño irreparable.  

No hablamos solo de glifosato. Los paquetes tecnológicos que se utilizan aquí son cócteles de varios químicos: muchas veces se utiliza el 2,4-D, que es un componente del agente naranja… Muchos de los químicos que están prohibidos en Europa, y en muchas partes del mundo, aquí se utilizan. Y yo he sido testigo y fotografiado muchos casos donde hay malformaciones, donde la tasa oncológica en pueblos fumigados se ve dos o tres veces por encima de la media nacional, casos de abortos espontáneos… En el recorrido de estos años de trabajo me he encontrado [este tipo de casos] repetidamente. 

San Vicente, Misiones, Argentina, 6 de abril de 2015. Sandra Sosa es la madre de Leonardo Lorenzo, quien padece una paralisis cerebral. En el barrio “El progreso” donde habita esta familia, los casos de niños y adolescentes discapacitados se repiten de manera alarmante. © Pablo E. Piovano vía Sonda Internacional

¿Las personas afectadas suelen ser los propietarios de las tierras, o son sus trabajadores? 

Los agrotóxicos no discriminan a nadie: ni a los ricos ni a los pobres, ni a los niños ni a los viejos. Los trabajadores rurales son cada vez menos, porque el uso de maquinarias y químicos hace que cada vez se necesite menos gente en el campo. Así que muchas veces son cuidadores, gente muy humilde que trabaja en estos campos y que pone en riesgo su salud y la de sus hijos.

¿Y ahora? ¿En qué momento nos encontramos con los agrotóxicos en Argentina?

Nos encontramos en una escalada que no tiene freno, esa matriz productiva va desarrollándose. Hace unos años Bayer compró Monsanto. Hay unas pocas grandes empresas que trabajan y se desarrollan [en el sector de los agroquímicos], no solo en Argentina, sino en el Cono Sur, en Brasil, en Paraguay… Ese triángulo de la soja es una extensión muy grande que pone en peligro los ecosistemas. Tenemos todos los ríos contaminados, el Amazonas está siendo talado para generar más extensiones de soja… Son muchos los peligros que esta matriz productiva conlleva para la continuidad de la vida.

Toma aérea cercana a la triple frontera entre Argentina, Brasil y Paraguay, 25 de septiembre de 2016. Estos tres países concentran la mayor producción de soja y el mayor consumo de agrotóxicos de América Latina. © Pablo E. Piovano vía Sonda Internacional

Antes has nombrado el glifosato. ¿Qué es?

Es el herbicida más común, más conocido, que se utiliza en todo el mundo. [Ha sido clasificado por la Organización Mundial de la Salud como “probablemente cancerígeno para los seres humanos”]. Lo que hace es matar todos los yuyos [hierbas silvestres] que la semilla tiene alrededor. No mata a la semilla, porque está genéticamente modificada para que no le afecte ese producto. Así facilita su producción. No hay que ir todos los días a cortar los yuyos: esa es la tarea que cumple este herbicida.

¿Cómo se empezó a detectar que los agrotóxicos causaban problemas de salud?

La tarea que debería haber hecho el periodismo la hizo la red de médicos de los pueblos fumigados. Estos recibían a los niños en las salitas [sala que hace la función de un hospital o centro sanitario] de los pueblos. Cuando pasaba un avión fumigando, o había una fumigación en el barrio, la sala se llenaba de niños con problemas en la piel o problemas respiratorios. La relación era muy clara: pasaba un avión fumigador y llegaban cinco niños a la salita por sarpullidos u otros problemas en la piel. Los propios médicos fueron los primeros en detectar el problema.

Fracrán, provincia de Misiones, Argentina. 11 de diciembre de 2014. Cuando Cándida Rodriguez dio a luz a Fabián Piris le diagnosticaron un año de vida. Actualmente tiene ocho años y padece hidrocefalia y un retraso mental irreversible. Durante el embarazo, Cándida manipuló agroquímicos junto a su marido en las plantaciones de tabaco. La casa donde viven está ubicada a pocos metros de un aserradero donde se cura la madera con químicos altamente tóxicos. Sólo en la zona de la ruta nacional 14 donde vive esta familia fueron detectadas 1.200 personas con labio leporino, hidrocefalia y otras discapacidades que serían consecuencia de los venenos que se utilizan en la agricultura de la zona. © Pablo E. Piovano vía Sonda Internacional

¿Cuál es el principal objetivo del proyecto “El costo humano de los agrotóxicos”?

En su momento fue tratar de colaborar para despertar la conciencia de la opinión pública, que estaba huérfana de imagen. Si bien había ciertas discusiones académicas, se daban solo en ese escenario.  

Me llevó todo este viaje darme cuenta [de la situación]. Cuando llegué a casa de Fabián Tomasi me quedé ahí unos cuatro días. Cuando me mostró su cuerpo, me recordó a esos cuerpos frágiles que nos remiten a los campos de concentración nazis [Tomasi sufría polineuropatía tóxica severa y atrofia muscular generalizada]. Él trabajaba haciendo carga y descarga de aviones fumigadores, era banderillero, quien orienta a los aviones para arrojar el químico. Su cuerpo me hizo entender muchas cosas. 

Tracé una ruta con él y con algunas de las personas que estaban trabajando en el tema y realicé un viaje de un mes. Me encontré con un material que me quemaba las manos. Tenía que publicarlo, quería compartirlo.Y sin querer se convirtió en una causa.

Basavilbaso, provincia de Entre Ríos, Argentina. 21 de diciembre de 2016. Fabian Tomasi descansa en su habitación. Luego de haber contraido una grave efermedad por trabajar en contacto con agroquimicos se convirtio en una de las voces mas resonantes en la lucha contra el modelo biotecnológico agroindustrial y el uso masivo de agroquímicos. © Pablo E. Piovano vía Sonda Internacional

¿Desde el principio tenías claro que el foco de tu trabajo iban a ser las personas víctimas de los agrotóxicos? 

No sabía bien de qué iba a hablar. Sabía que en mi relación con las personas el retrato es algo natural, pero también tenía que hablar de la agricultura, tenía que hablar de muchas cosas. Al encontrarme con tantas casas [afectadas] y tantos cuerpos lacerados, empecé a ver que allí estaba lo más importante, que era necesario mostrarlo con esa dureza para empezar a hablar. Pero era una dureza bastante cuidada: podría haber sido un trabajo cien veces más amarillo. 

Muchas veces tenía que volver a los lugares —eso significaba hacer 200, 300, a veces 1.000 kilómetros— para que las imágenes pudiesen tener dignidad. Quería estar en buena relación con esa confianza [depositada por las personas afectadas], que me habían entregado lo más preciado, su intimidad y dolor.

¿Cómo fue ese primer contacto con las personas afectadas? ¿Cómo les planteaste tus inquietudes?

Cuando existe la necesidad de narrar y ser narrado, hay cierta fluidez y todo es más fácil. Yo estaba haciendo este trabajo sin ser un encargo de un medio de comunicación. Lo hacía porque creía que era necesario. Y se dio esa simbiosis, me dejaron entrar en sus casas. 

Lo primero fue la relación con Fabián [Tomasi], que me abrió todo este escenario. En los días que compartimos me fue mostrando un mapa de por dónde podía continuar, de qué médicos podían recibirme y ayudarme a entender un poco más. Me tuve que mover en extensiones enormes. Yo trabajaba en uno de los periódicos más importantes de Argentina, y lo hice en mis vacaciones. La relación [con las personas afectadas] fue muy fluida. No tenía más que presentarme, decir lo que estaba haciendo y ser sincero con quien tenía enfrente. Creo que esa es la manera, muchas veces, de lograr algo.

Basavilbaso, provincia de Entre Ríos, Argentina, 29 de septiembre de 2016. Fabian Tomasi en un campo de siembra directa donde trabajó durante su juventud. Trabajó para Molina & Cíadurante muchos años, manejando agroquímicos en la empresa de fumigación. Sufrió durante varios años de una polineuropatía tóxica grave y fue tratado por atrofia muscular generalizada. Falleció el 7 de Septiembre 2018. © Pablo E. Piovano vía Sonda Internacional

¿Cómo fue para ti cubrir una situación como esta?

Para mí fue un poco sorprendente: no esperaba encontrarme un problema tan profundo en el seno de los campos. Pensaba que eran más bien casos aislados, pero había pueblos en los que el escenario se repetía cuadra a cuadra. Había pueblos muy chiquitos que eran un escenario medio de terror: cada 100 metros había un niño postrado. Resultaba increíble. Algo estaba pasando, pero tampoco podía aseverar que fuese por los agroquímicos, más allá del testimonio de las familias. Porque para la ciencia es muy difícil determinar eso; ahí siempre hay un conflicto, y para mí eso también fue difícil. Me quemaba las manos, y al mismo tiempo yo no podía decir científicamente que el problema lo producían los agroquímicos. Entonces traté de ser lo más riguroso posible.   

En estos casos no basta con el testimonio de una madre que te dice: “Sí, yo respiré químicos cuando estaba embarazada y acá está mi hijo [con problemas de salud]; y a mi vecina le pasó lo mismo, y a 200 metros allá [pasó] lo mismo”. Y vos ves que todo es zona de impacto, y empiezas a darte cuenta de que es un territorio donde se usa este químico y este otro y este otro, y son todos de un peligro altísimo. Era un trabajo que no podía publicar acá, tuve que ver la manera de hacerlo salir de Argentina. La primera vez que lo mandé a un concurso fue por necesidad de que el trabajo saliera del país. Empecé a ver que existían festivales en otros lados del mundo. Lo mandé a Italia y llamó la atención y me invitaron; lo mandé a México y gané también un premio que me permitió recuperar el dinero que había invertido en nafta [gasolina], en hoteles, lo básico. 

San Salvador, provincia de Entre Rios
, Argentina, 3 de abril de 2015. Avión aplicador de agroquímicos. © Pablo E. Piovano vía Sonda Internacional

¿En ese momento seguías trabajando en Página/12 o te habías desvinculado del periodico? 

Estaba trabajando en Página/12. Allí finalmente se publicó una doble página [con el trabajo]. Hablé con el director del diario y lo quiso publicar bajo mi responsabilidad, ya que los  números eran bastante conmovedores. Estábamos hablando de 13 millones de personas afectadas; eran números de la Red de Médicos de Pueblos Fumigados en los cuales yo decidí confiar. Pero después de eso, a los lugares donde lo presentaban me lo rebotaban. No había forma de que pasara el cerco de esa publicación de domingo.

Finalmente vio el trabajo el curador del Palais de Glace, un gran museo que hay en Buenos Aires, y me dijo: “Pablo, tenés toda la sala para hacerlo”. Fue un gran impacto, porque ese museo está en el corazón del barrio de Recoleta [una zona céntrica comercial y residencial], lo vio muchísima gente. La prensa nunca publicó nada. 

El trabajo terminó dando una vuelta al mundo, y ahí fue más fácil. Ahí todo el mundo lo quería publicar. Pero fue un trabajo arduo en la comunicación.

¿Cómo convive el fotoperiodismo, y ese tipo de fotografía más empática o cuidadosa que dignifica la historia de las personas, con el dato duro que da legitimidad a la historia?

Por un lado, creo que hay que hacer justicia con compañeros que han trabajado en esto. Uno es Álvaro Ybarra Zavala, fotógrafo español; también otra compañera de AP, Natacha Pisarenko, que ha hecho el camino antes que yo. Ahí ya había una base de información y de contacto con algunas víctimas. Yo luego lo trabajé mucho tiempo, eso hizo una diferencia. Para mí era un viaje muy largo: estaba un mes en un territorio y después volvía y estaba 20 días más, y después otro mes. La exploración era más minuciosa.

En términos de periodismo y veracidad, había muchos datos que nos hacían confiar en que lo que estábamos haciendo iba en una buena dirección. Hay más de cien estudios realizados en distintos países que dan prueba de que los químicos tienen un impacto contundente en el ser humano y en los ecosistemas. Los datos sobre la cantidad de químicos que se usan también eran datos oficiales. Lo que es imposible es decir: “Esta persona que está en esta fotografía está así por los agrotóxicos”. No hay manera de que la ciencia pueda decir sí o no. Lo que sí, los testimonios [de las personas afectadas] muchas veces eran de una claridad impresionante, porque habían respirado una tarde agroquímicos, a las horas habían estado internados, y con los años habían desarrollado algún tipo de problema muy serio. Pero científicamente es difícil de estudiar.

San Salvador, Entre Ríos, Argentina, 21 de noviembre de 2014. Jorge Salvador Guillaume trabajaba como ayudante de aplicación con agroquímicos en aviones fumigadores. En 2007 le detectaron un carcinoma de labio inferior, actualmente esta fallecido. © Pablo E. Piovano vía Sonda Internacional

¿Cuánto tiempo estuviste trabajando en el proyecto?

Fue un proceso muy largo. No lo hice de un día para otro, ni de un año para otro. Entre idas y vueltas, hasta [publicar] el libro fueron como siete años.

¿Por qué decidiste hacer la historia en blanco y negro? 

Lo dudé mucho. Lo miré en blanco y negro y lo miré en color, porque era un trabajo que necesitaba ser contemporáneo, necesitaba hablar de una realidad urgente. El color crea esa sensación de urgencia y de realidad. Sin embargo, a mí la fotografía me ayuda a conversar en un espacio de poesía; el blanco y negro permite esto. Y no genera distracción, va al hueso. Eso para mí fue determinante: necesitaba ir al hueso. Además, les da mucha fuerza a los retratos. Casi siempre, cuando termino un trabajo, lo pongo a conversar en los dos lenguajes [en color y en blanco y negro] y siempre el blanco y negro termina enamorándome. 

Esta elección tiene una relación más cercana a la poesía, a un mundo que puede abrir un escenario más emocional que intelectual. Para mí, cualquier espacio del arte que trabaje en la línea emocional cumple una función, y si trabaja en lo sentimental se eleva mucho más. Cuando se logra trabajar en ese sentido ya no hay a quien discrimine —igual que los agroquímicos—.  El sentimiento es lo que transforma; la transformación profunda no pasa tanto por la cabeza. Estamos saturados de espacios intelectuales y de pensamiento, que son más fluctuantes que lo emocional. Lo emocional muchas veces se ancla, queda amarrado. Trato de que mis trabajos se muevan en ese sentido, de que puedan provocar una transformación que, en el ideal, sea a la larga una transformación real. Nuestra tarea es comunicar, tenemos que ser ese puente con la opinión pública y no es poco.

Desde los siete años Jessica Sheffer padece una malformación en los tendones que le impide erguirse. Su madre, Ramona Angélica de Lima, es afrodescendiente y tiene seis hijos. Ella y su marido llegaron al pueblo hace 30 años, cuando había muy pocas familias viviendo allí. Fracrán es un área de producción de tabaco donde se utiliza masivamente 2.4 D, bromuro de metilo y distintos agroquímicos prohibidos en la mayoría de los países. Fracrán, provincia de Misiones
, Argentina, 11 de diciembre de 2014. © Pablo E. Piovano vía Sonda Internacional

Después de estar casi toda una década trabajando en este proyecto, ¿cómo es el proceso de edición de tanto material fotográfico y de tanta información?

Creo que debe ser similar al de muchos compañeros. Vamos acumulando una cantidad enorme de imágenes, un cuerpo de trabajo que luego se va reduciendo a lo mínimo. Y se le va dando espacio cada vez a menos conectores, a menos fotos. También con el tiempo, con el armar y el desarmar, cada vez entran menos cosas. Cada vez es más difícil no repetirse. También iba viendo, con los años, que en cada viaje necesitaba algo para darle fortaleza, para que se sostuviera sin demasiadas preguntas. Es como los aceites, que hay que ir condensándolos hasta que queda la gota más pura. 

En tu trabajo hay una parte muy íntima sobre las personas afectadas. Luego aparecen una serie de fotografías que tienen que ver con señalar a los responsables, ir a las causas.  

Cuando el trabajo empezó a circular me hicieron algunos encargos. A mí me resultaba mucho más fácil trabajar en el terreno de un solo lado [el de las personas afectadas]. Me costaba entrar en el otro mundo, que era el que había que contar: el de los responsables. Y cuando hice algunos encargos internacionales hacía falta hablar de ambos lados, y eso me abrió la puerta a poder subirme a un avión fumigador, fotografiarlo, hablar con directivos —de los cuales no quedaron imágenes, porque me parecía que rompían el clima de la fortaleza de la denuncia; las imágenes en sí no hablaban con esa fortaleza—. Hay mucho material descartado, se podría hacer otra edición, otro discurso.

Tal vez es una manera de hacer periodismo muy latinoamericana, nos cuesta acercarnos al otro lado. Ahora, trabajando con el pueblo mapuche, también me cuesta llegar a los terratenientes, que son el otro lado. A mí siempre me conmovieron más las voces del territorio de abajo. Siento que [con este trabajo] tengo una herramienta política. Y [este tipo de trabajos] saben a quién mirar; muchas veces es darles [a las personas afectadas] la importancia que no les dan los grandes medios de comunicación. Hay una necesidad de ocupar los espacios que son silenciados. No me gusta decir que uno puede ser “la voz”, pero sí saber el rol que sostenemos en el periodismo para ayudar a empatar esa desigualdad en el espacio de la comunicación.

Rosario, Santa Fe, Argentina, 03 de enero de 2019. El Gran Rosario es el nodo portuario agroexportador más importante del mundo. Con un total bruto de 79 millones de toneladas (Mt) despachadas de granos, harinas y aceites en el año 2019, el nodo portuario del Gran Rosario se convirtió en la zona portuaria de exportación de productos más importante a nivel mundial. Le sigue de cerca el distrito aduanero estadounidense de Nueva Orleans, Luisiana, en Estados Unidos con 64,45 Mt exportadas, mientras que en tercer lugar por volumen exportado se ubica el puerto brasilero de Santos, con 42,65 Mt. © Pablo E. Piovano vía Sonda Internacional

Es decir, acercar el micrófono, o la cámara, justamente a esas voces silenciadas…

Muchas veces tenemos que hacer un trabajo inverso, dar vuelta a principios básicos sostenidos por mentiras repetidas. En los medios de comunicación, estas mentiras repetidas establecen en la opinión pública una situación que no se corresponde con la verdad. Entonces tenemos que dar la vuelta a algo que está establecido, pero que no es así. Y [para comprobarlo] basta con dar una vuelta y estar cerca de la gente. 

A mí siempre me pareció ridículo fotografiar las conferencias de prensa de los políticos. Me parece un ejercicio tonto: cincuenta fotógrafos detrás de una mesa en la que se va a decir lo que ya sabemos. O la repetición de fotografiar la misma escena en la Plaza de Mayo o en las plazas donde se hacen quejas… Pero nunca pensamos en el porqué de esas quejas. Ahí hay un problema de narrativa, y también de financiamiento. Muchos compañeros seguramente quisieran hacerlo, pero no tienen recursos para llenar este vacío [mediático], hay una crisis comunicacional muy grande. Las redacciones de los medios de comunicación se están vaciando y con eso peligra la memoria de los pueblos. Si alguna responsabilidad tenemos como fotógrafos, es sostener la memoria. Es una de las responsabilidades más altas, y se está perdiendo porque se expulsa de los medios de comunicación a los trabajadores y no hay recursos para las narrativas complejas. ¿Quién puede irse quince días a saber qué está pasando en tal lugar? En este país, veo a muy pocos compañeros que tengan esa chance. Y con eso se pierde la memoria de un tiempo. Se pierden las complejidades de problemas cotidianos, ¡miles de problemas cotidianos! que afrontan los distintos continentes, los distintos países, ya sean climáticos, sociales… 

Santa Ana, Entre Ríos, Argentina, 18 de noviembre de 2014. A Marta Elsa Cian los residentes de la ciudad la llaman ‘la loca de la máscara’. Cada vez que sale de su casa, usa protección para evitar la exposición a la constante deriva de los agroquímicos de la fumigación aérea. Su diagnóstico médico evidencia insuficiencia respiratoria crónica, hipertensión y neuropatías combinadas con síntomas hematológicos y cardiológicos. © Pablo E. Piovano vía Sonda Internacional

¿Cuál crees que ha sido el impacto de tu trabajo?

El trabajo cobró vida propia, y eso es valioso. Ha tenido distintos caminos que ya no me incumben. Ha sido tomado, por ejemplo, por las asambleas de los pueblos fumigados. Las fotos han estado frente a las caras de los políticos en distintas intendencias; han estado en museos, con la casualidad de que alguien quiera llamarlas “obras de arte”. Pero son, por encima de eso, una denuncia: esa es la intención que tenían. 

Para mí el trabajo superó todas las expectativas como fotógrafo, como persona. Pero los resultados que veo tampoco son… No ha cambiado nada. Lo único que ha cambiado es saber de qué estamos hablando: en una mesa cotidiana, ya podemos decir: “Agrotóxicos, debatámoslos”. Se puede conversar desde un lugar de dignidad. En el centro de este trabajo está el intento de relacionarnos de buena manera con la tierra, con la continuidad de la vida; el intento de recuperar la memoria ancestral.

Yo no sé si tendré alguna foto que porte algo de esa luz milagrosa que es para siempre. Me acuerdo de algunos de los grandes maestros, de [Josef] Koudelka, o de [Henri Cartier] Bresson, que contaba las buenas fotos con los dedos de su mano después de haber fotografiado todos los continentes. O de Eugene Smith, que hizo un trabajo que tiene de alguna manera una relación con éste: “Minamata”, con las aguas contaminadas en Japón. Y tuvo que esperar 30 años para que le dieran la razón. Tuvo que recibir golpes en su cuerpo y estar a punto de morir, volver a su país con el cuerpo molido a palos. Y 30 años después, la justicia japonesa dijo: “Este loco tenía razón”.
A mí me causó una sensación de mucha gratitud que mi trabajo compartiera espacio con el trabajo de Minamata en Berlín, por ejemplo. Es de esos regalos por los que uno dice: “Estamos en un buen camino. Lo que hacemos tal vez en algún momento sirva”.

Colonia Alicia, Misiones, Argentina, 15 de abril de 2015. Una niña juega en las inmediaciones de los campos de tabaco. Sus hermanos Andrea y Ademir Gotin contrajeron enfermedades incurables a causa de intoxicacion con agroquimicos. © Pablo E. Piovano vía Sonda Internacional

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