Nadie llegó a tiempo
Fragmentos de Paiporta
Resumen del proyecto
#Nadie llegó a tiempo
Nadie llegó a tiempo
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24 diciembre 2024
No supe anticiparme. La tarde del 29 de octubre de 2024 estaba en mi pueblo, a una hora en coche al sur de Valencia, dispuesto a pasar la noche editando imágenes de un proyecto vinculado al agua: fotografías de lluvias torrenciales, inundaciones, sequías y contaminación en distintos lugares del mundo.
Eché un vistazo a la previsión meteorológica de la AEMET, que había emitido una alerta roja por fuertes lluvias en la Comunidad Valenciana, para saber qué podía suceder y dónde. El pronóstico presagiaba posibles inundaciones, pero pensé que aquello no sería diferente a otros eventos similares de fuertes lluvias, y tenía mucho trabajo pendiente. Después de ver la previsión desconecté por completo. Pasé la tarde y buena parte de la noche editando imágenes vinculadas al agua en otros países, mientras, sin yo saberlo, a poca distancia de mi casa tenían lugar las peores inundaciones en lo que va de siglo en España.
Al día siguiente salí a la calle sin haber visto las noticias y sin haberme conectado a las redes. Pocos minutos después, un compañero me envió un vídeo de la riada que había arrasado Valencia. No me lo podía creer. Las imágenes de los efectos de la DANA en distintos municipios al sur de la ciudad de Valencia circulaban ya por todas partes. Me quedé bloqueado: la magnitud de la tragedia era inmensa. Era tal la frustración por no haber sabido estar allí para documentar lo que había pasado que mi primera reacción fue descartar ir trabajar sobre las consecuencias. Ya había ocurrido, no llegaba a tiempo, pensé.
Finalmente salí hacia Valencia a mediodía del 31 de octubre, casi dos días después de que ocurriera el desastre. Tenía la sensación de ir tan tarde que ni siquiera estaba seguro de ir a fotografiar algo. La AP-7, la autovía que recorre la costa Mediterránea española, estaba prácticamente vacía. Al mirar hacia el mar, en dirección a la Albufera, lo único que se veía era agua.
¿Qué había sucedido? ¿Por qué esta vez había sido diferente? ¿Cuáles eran las zonas más afectadas? ¿Cuánta gente había muerto? ¿Qué estaba pasando ahora? Me hacía algunas de estas preguntas mientras me dirigía a Paiporta, en la zona cero del desastre. Después de recorrer las calles inundadas de barro en el centro del pueblo y conocer a algunos de sus vecinos, decidí centrar mi trabajo allí.
Estos son fragmentos de lo que vi en Paiporta en los días y semanas posteriores a la riada que asoló el sur de Valencia el 29 de octubre de 2024.
En Paiporta pude conocer a personas como Agustina Zahonero del Río: para cuando el gobierno regional de Valencia emitió una alerta por inundación, ella ya estaba agarrada a la lámpara del techo de su casa. El agua se acercó a los tres metros en el interior de su vivienda y tanto Agustina como Ana, una de sus hijas, estuvieron flotando en la oscuridad y golpeándose contra los objetos que entraban y salían con la corriente hasta que, ya de madrugada, un vecino abrió un agujero en la pared usando un martillo y pudieron subir a la casa de su vecina de arriba.
También conocí a Marí, quien, a sus setenta años, trataba de ayudar como podía: desde su portal repartía comida y agua a los vecinos y voluntarios que limpiaban las calles. Me contó que durante los peores momentos de la riada escuchaba a su vecina pidiendo ayuda. Nadie pudo llegar a tiempo.
En la misma calle del centro de Paiporta hablé con Juan Antonio mientras trataba de sacar el barro que anegaba su vivienda. Estaba tan conmovido por la ayuda de amigos, vecinas y voluntarios para limpiar su casa como incrédulo por la falta de reacción y apoyo por parte de las autoridades.
¿Quién sabe gestionar una emergencia? ¿Cómo se hace? ¿Están preparadas para ello las personas que ocupan puestos de responsabilidad?
Muchos vecinos y vecinas de Paiporta me permitieron amablemente entrar en sus viviendas o comercios para fotografiar el impacto de la riada. En el interior de una de ellas, Antonio me dijo: “Ya ha sucedido. Ahora lo que hay que hacer es resolver las consecuencias, ya buscaremos luego a los culpables”. Era uno de los primeros días y el comentario de Antonio frenó temporalmente mis reflexiones. Estábamos en un contexto de emergencia, y la prioridad debía ser atenderla.
Pero poco después, las mismas preguntas me volvían a la cabeza mientras caminaba por las calles del pueblo. ¿Por qué no exigimos a nuestros políticos demostrar que saben cómo gestionar una emergencia como requisito para ocupar un cargo de responsabilidad?
Las situaciones de emergencia tienden a hacer visibles la mejor y la peor cara de la reacción social ante un evento traumático. Todos vimos a las miles de personas que acudieron de forma voluntaria a los pueblos afectados para ayudar a los vecinos. Personas como Pablo Mendoza, un joven gaditano que a sus 21 años estudia biología en Valencia. Le fotografié al verle sentado sobre el barro, en silencio. En ese momento llevaba casi una semana acudiendo cada día a Paiporta para ayudar a limpiar el lodo acumulado. Durante aquellos días su casa, en la provincia de Cádiz, también se vio afectada por las fuertes lluvias que hubo en Andalucía.
Todos vimos, también, cuál fue la actuación de las autoridades tanto en la prevención como en la reacción.
¿Por qué se produjo la riada? Porque llovió, llovió mucho, sí. Pero, ¿por qué tuvo efectos devastadores?
Hubo un desencadenante meteorológico, pero las consecuencias sólo se pueden comprender de forma multifactorial y sociológica.
Sin embargo, durante aquellos primeros días, y como es habitual en los grandes eventos que se producen a estas alturas del siglo XXI, había una búsqueda masiva de explicaciones, tan rápidas como imprecisas. La desinformación lo inundaba todo, igual que el barro que cubría los pueblos al sur del Turia.
La sociología, el conocimiento científico y la información de calidad son más necesarios que nunca para comprender eventos como la DANA de Valencia; pero para que ese conocimiento llegue a la población, también es necesario mejorar la capacidad e interés de ésta para buscar información veraz y separarla del ruido.
A medida que pasaban los días el interior de las casas se iba despejando de barro gracias al esfuerzo de vecinos y voluntarios, pero la cantidad acumulada en las calles era tan enorme que parecía no terminar nunca.
Muebles, ropa, cuadros, electrodomésticos, documentos, juguetes. Todo lo que había en el interior de las viviendas pasó a estar en el espacio público. Todo había quedado inservible. Los objetos que antes daban forma al interior de de los hogares esperaban ahora en la calle para ser transportados a un vertedero.
El olor era cada vez más intenso. Las autoridades recomendaban usar mascarillas por los riesgos para la salud que conllevaba el lodo, el agua estancada y el polvo en suspensión.
Las calles de Paiporta vivían una evolución gradual. Cada día cambiaba algo, a veces solo un poco, a veces de forma más perceptible, pero siempre con mucho esfuerzo detrás.
El rastro de la riada estaba presente a lo largo y ancho del pueblo, como una cicatriz que ponía medida a lo ocurrido. En el interior de los edificios una marca delataba la altura a la que se había detenido el agua.
En lugares como el interior del taller de María Carmen Martínez y José Galarzo el agua había superado los tres metros de altura. Antes de aquella noche de finales de octubre este espacio acogía clases de cerámica, dibujo y pintura. La riada lo destrozó.
El agua también dejó su huella en las paredes de la casa de Amparo Solís y Vicente Gujarro. Este matrimonio vio como la fuerza de la riada rompía la puerta de su casa para inundarlo todo, llevándose consigo buena parte de los recuerdos acumulados a lo largo de décadas de vida en Paiporta. Ellos, por suerte, pudieron subir al segundo piso de la vivienda en el último minuto.
¿Qué sucedió el 29 de octubre, por qué sucedió, qué se puede hacer para que no vuelva a ocurrir? Encontrar respuestas a todas estas preguntas supone analizar la forma en la que interactuamos con el territorio. Nuestra actividad lo transforma de la misma forma que transforma el clima, y eso requiere una adaptación.
Las huellas de lo que ocurrió en Valencia son un recordatorio de que este es uno de los mayores retos de nuestra época.