La Massane: un laboratorio a cielo abierto sobre la crisis climática
¿Qué nos enseñan los bosques antiguos?
La Massane alberga hayedos relictos, lo que significa que muchas de sus hayas actuales son árboles centenarios, con edades que oscilan entre 150 y más de 300 años. Estas hayas no solo destacan por su longevidad, sino también por su papel crucial en la estructura del ecosistema, proporcionando hábitats para una gran variedad de especies saproxílicas (dependientes de la madera muerta) como insectos, hongos y líquenes.
Resumen del proyecto
#La Massane: un laboratorio a cielo abierto sobre la crisis climática
Un medio sin ánimo de lucro
Solo podemos ofrecerte publicaciones como esta si recibimos donaciones
Hazte socio/a
4 junio 2025
A escasos 10 kilómetros del Mediterráneo, en un enclave donde los Pirineos franceses se encuentran con el mar, se halla el bosque de la Massane, un lugar en el que la mano humana no interviene desde hace 150 años y que en las últimas décadas ha atraído la atención de los científicos. La singularidad de este bosque está siendo objeto de una investigación científica en la que se realiza un monitoreo individual de la evolución de sus hayas y que, por su relevancia y minuciosidad, es considerada única en Europa y el resto del mundo.
A raíz de la suspensión en 1886 de las actividades forestales en esta zona, la Massane, ubicada en el macizo de Albères, ha evolucionado libremente como bosque. Esto lo convierte, tras más de un siglo sin intervención humana de ningún tipo, en un bosque antiguo, un lugar donde se generan dinámicas biológicas y ecológicas excepcionales. El estudio de estas dinámicas y los descubrimientos realizados, en especial acerca de la gran riqueza genética del bosque, están generando una creciente atención científica por su enorme valor en el contexto de una crisis climática que cada año se recrudece.
Habíamos oído hablar de este bosque y decidimos contactar con la Association des Amis de la Massane, que se encarga de la gestión científica de la Massane desde su reconocimiento como Reserva Natural Nacional en 1973. Queríamos visitarlo por su importancia –fue declarado Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO en 2021– y por su relevancia científica; pero, secretamente, nos atraían especialmente los misterios que hacen de este bosque un lugar tan especial.
El día acordado, a finales de febrero, partimos con las primeras luces de la mañana desde la localidad costera de Argelès-sur-Mer y llegamos al punto de encuentro, donde nos esperaban nuestros contactos en la zona. Jean-André Magdalou, actual responsable científico de las investigaciones en la Massane, y su colega François Charles, investigador del Centro Nacional de Investigación Científica (CNRS, por su siglas en francés) en el laboratorio de Banyuls, nos recogieron en su todoterreno y con ellos nos adentramos en las pistas forestales que se dirigen hacia la montaña. Con gran entusiasmo, Magdalou empezó a contarnos las particularidades de la Massane. Se apreciaba, desde el primer momento, su pasión por el trabajo que realiza y el gusto por comunicarlo. Con estas buenas sensaciones, llegamos al punto donde la ruta continuaba a pie.

El bosque de la Massane recibe su nombre del río “La Massane”. Este pequeño curso de agua, que da nombre tanto al bosque como a la reserva, nace en el macizo de las Albères (Pirineos Orientales) y desciende hacia el este, atravesando el bosque de hayas antes de desembocar en el mar Mediterráneo, cerca de Argelès-sur-Mer.
El hayedo, reserva genética
Al acercarnos a la Massane, tras 40 minutos caminando, sentimos una brusca transición física: el paisaje súbitamente se transforma. A pesar de encontrarnos tan cerca del Mediterráneo, aquí de pronto el clima es de afinidad atlántica. Las precipitaciones anuales medias rondan los 1.200 milímetros, un 60 % más que montaña abajo, en la costa mediterránea. Una vegetación más propia de climas atlánticos anuncia lo que es la principal singularidad de la Massane como extensión forestal: un bosque de hayas (la hêtraie) muy antiguo que resistió a la última glaciación del Pleistoceno, ocurrida aproximadamente entre los últimos 100.000 y 10.000 años.
Magdalou nos explica que el hayedo de la Massane constituye, en principio, una anomalía, tanto por su cercanía al Mediterráneo como por el hecho de que se desarrolla a una altitud relativamente baja, en torno a 600 metros. Pero lo que realmente ha atraído la atención de los científicos es su asombrosa biodiversidad, en términos de diversidad genética y del elevado número de especies en un territorio tan reducido. La Reserva Natural Nacional de la Massane ocupa tan sólo 336 hectáreas, de las que 120 están cubiertas por el hayedo. Los estudios paleoecológicos realizados en la zona han mostrado la antigüedad de las hayas y su gran diversidad genética, de manera que este bosque actúa, en palabras de Magdalou, como una especie de “reserva genética”. Hasta la fecha se han documentado al menos 931 especies de hongos y unas 2.000 especies de insectos. Sólo en este bosque se encuentra una quinta parte de las 10.000 especies estimadas de insectos en toda Francia –excluyendo sus territorios de ultramar–. Si incluimos vegetales, animales y hongos, la Massane alberga unas 12.000 especies. Mientras caminamos por el bosque tomamos conciencia de lo asombrosas que son estas cifras.

Hasta la fecha se han documentado en la Reserva de la Massane unas 2.000 especies de insectos y 931 especies de hongos. Sólo en este bosque se encuentra una quinta parte de las 10.000 especies estimadas de insectos que hay en Francia (excluyendo los territorios de ultramar). Incluyendo vegetales, animales y hongos, la Massane alberga un total de unas 12.000 especies.

Las raíces de un tejo antiguo situado en lo más profundo de la Reserva, junto al río que cruza el bosque de la Massane.
Vida y muerte de los bosques antiguos
Cuando un bosque se abandona a su suerte, se generan a largo plazo ciertos procesos que de otra manera no tendrían lugar. En el caso de la Massane, los únicos factores externos que afectan al dinamismo ecológico de la zona son el pasto de ganado bovino y la actividad humana del senderismo. Por estos motivos, tras su declaración como Reserva Natural Nacional hace medio siglo, los científicos delimitaron físicamente el corazón del hayedo mediante un vallado que lo protege. Esta zona es lo que denominan “reserva integral”.
Al penetrar en ella, vamos captando gradualmente sus características especiales. Da la impresión de que las hayas se encuentran en familia. Acostumbran a proliferar muy cerca unas de otras; se elevan hasta unos 40 metros, formando en lo alto una especie de paraguas que protege al suelo de la incidencia directa del sol, lo que ayuda a preservar la humedad e impide el crecimiento de vegetación baja; las raíces se entremezclan de un modo que hace visible la comunicación de los árboles entre sí y su percepción de los elementos del suelo, como los nutrientes, la humedad, la composición química o la acidez. Los árboles vivos conviven con árboles muertos que, si bien ya han perdido una gran parte de sus ramas, todavía se elevan hacia lo alto. En sus cavidades, los troncos ofrecen cobijo a nuevas formas de vida. El suelo está sembrado de madera muerta, empapada por la humedad, que se deshace entre nuestras manos como si se tratase de una esponja vegetal. Se esparce, se deshilacha, se transforma en sustrato. Percibimos cómo se forma el suelo, la tierra; percibimos la transición del mundo vegetal al mundo mineral. Los seres vivos se transforman en seres inertes que son inicio y sustento de una nueva vida.
Esta unión entre la muerte y la vida es lo que muestran, a largo plazo, los bosques antiguos. Los troncos son atacados por hongos que proliferan en su interior, convirtiendo progresivamente la madera en micelio, las raíces del hongo. Muchas especies de hongos se desarrollan únicamente como micelio y sólo algunas de ellas fructifican en el tronco, de manera que brotan setas de gran belleza; la imagen de setas multiformes surgiendo de los troncos es característica de la Massane.
Los hongos consumen el tronco muerto, se alimentan de él y producen lo que se denomina tierra vegetal. En su interior tienen lugar nuevas dinámicas biológicas. La seta es atacada por una gran variedad de especies de coleópteros, insectos masticadores entre los que se encuentran los escarabajos. Se produce así un fenómeno característico del lugar estudiado en detalle: la procesión fúngica saproxílica del haya, que únicamente es posible en una dinámica de “continuidad forestal” a largo plazo. Es decir, en un entorno virgen donde la selección evolutiva sigue actuando de manera pura, sin verse afectada por factores externos. Lo que ocurre en la seta es que diversas especies de coleópteros van penetrando en su interior; cada especie actúa como una variante genética que posibilita el surgimiento de la siguiente especie, como si se tratase de una procesión genética. Cuando abrimos la seta, nos encontramos en su corazón con una determinada especie de coleóptero –la número 27 desde que se inició la procesión– que no habría podido surgir sin la existencia de las anteriores. Este proceso biológico es una buena muestra de la riqueza genética que atesoran los bosques antiguos y subraya la importancia de su evolución libre.
El resultado de esta interacción entre la madera muerta, los hongos y los insectos es la producción del sustrato que alimenta nuevas formas de vida. Los troncos que antes se elevaban hacia el cielo terminan deshechos, de manera que sus restos se esparcen por el bosque acompañados por los champiñones y los insectos que siguen alimentándose de su interior. El hecho de que no haya intervención de ningún tipo en el bosque favorece la extensión en el suelo de una capa continua de madera que ayuda a conservar la humedad. De esta manera, la Massane se protege a sí misma de la que es ya su principal amenaza: el cambio climático.

Las hayas (Fagus sylvatica) son árboles caducifolios, lo que significa que pierden sus hojas en otoño y permanecen desnudas durante el invierno. Este reportaje se realizó a finales de febrero de 2025.
Un laboratorio sobre la crisis climática
Habitualmente, un laboratorio es entendido como un entorno artificial en el que la materia se estudia en unas condiciones ideales que, si bien no se corresponden con el comportamiento espontáneo de la naturaleza, nos pueden desvelar sus misterios. La naturaleza aparece así como una resistencia al ansia de conocer, como algo que debe ser purificado para obtener conocimientos estables y válidos.
Esta distinción entre naturaleza y laboratorio, entre evolución espontánea y dispositivo de investigación, se difumina en la investigación científica que se realiza en la Massane. De ahí que la comunidad científica implicada en la zona se refiera a ella como un “laboratorio científico a cielo abierto”. En una labor pionera, el hayedo de la Massane está siendo monitorizado desde hace décadas, con el estudio individual de unas 70.000 hayas. Seguir de forma pormenorizada la evolución de cada árbol constituye toda una novedad –por la intención que lo mueve y la dedicación que supone– en el acercamiento a la evolución de la naturaleza.
Mientras paseamos por la reserva integral acompañados de Magdalou y François Charles, tomamos conciencia de la importancia y la riqueza de este trabajo de investigación. El estado y el dinamismo de cada árbol se estudia en detalle: su crecimiento, su respuesta a las condiciones variables de humedad, temperatura o contaminación, las estrategias adaptativas que desarrollan para hacer frente a los peligros que las amenazan. Magdalou nos explica que una de las cuestiones centrales que estudian en las hayas es el fenómeno de la cavitación. Si entendemos un árbol como una “columna de agua” desde el suelo hacia las alturas, la cavitación consiste en una interrupción del flujo líquido en el tronco y las ramas a causa de la exposición del árbol a una situación de estrés hídrico. A modo de analogía, Magdalou comenta que sería el equivalente al sufrimiento de una embolia en un animal. La consecuencia de la falta de agua en el suelo es el sacrificio, por parte del árbol, de algunas de sus ramas. Si la necrosis avanza, el árbol en su conjunto entra en un proceso de muerte lenta que puede llegar a durar entre 10 y 20 años.
El equipo de investigadores ha cartografiado el conjunto de la reserva integral, con datos precisos del grado de afectación de la cavitación en cada árbol, tal como apreciamos en los mapas que nos muestra Magdalou. Esta labor de registro está cobrando especial relevancia en el contexto actual de crisis climática. Dada su cercanía con el Mediterráneo, la Massane está especialmente amenazada por los rápidos y dramáticos cambios en el régimen de precipitaciones y temperaturas que se están registrando a nivel global. Magdalou nos explica que los cambios en la Massane se han acelerado desde 2019, encadenando año tras año precipitaciones por debajo de la media y récords de temperatura. Cada verano el número de días con temperaturas muy altas (por encima de 30º) y las temperaturas máximas alcanzadas en la reserva no cesan de aumentar, hasta alcanzar los 41,7º en el verano de 2023.
Cuando le preguntamos con qué humor encara el futuro de la Massane, Magdalou no sabe muy bien qué contestar. Su vínculo afectivo con este entorno es muy profundo. Tras dudar unos instantes, afirma que él prefiere fijarse en las habilidades que ha mostrado la Massane para afrontar los cambios. Evidentemente, no hay fórmulas preconcebidas para saber qué hacer ante la crisis climática; los datos del IPCC apuntan a que hemos entrado ya en terreno desconocido. Cuando se debate sobre la gestión forestal, y especialmente sobre cómo evitar los megaincendios de sexta generación que son ya una realidad en las regiones con clima mediterráneo, se suele oponer un modelo en el que la intervención humana es fundamental con el modelo de evolución libre que representan los bosques antiguos. Es necesario buscar la fórmula más adecuada para cada caso particular. Ahora bien, lugares como la Massane muestran la importancia de prestar atención a las estrategias de autopreservación que los bosques desarrollan de manera espontánea. El Reglamento europeo sobre Restauración de la Naturaleza, aprobado en 2024, apunta más bien en esta última dirección. Y esto nos invita a compartir, no sin temor, el optimismo de Magdalou.

Las raíces de las hayas forman una red densa y extendida que sujeta al árbol al suelo, incluso en laderas inclinadas o zonas de suelo poco profundo. Extraen agua del subsuelo, especialmente en épocas secas y absorben nutrientes y minerales esenciales (nitrógeno, fósforo, potasio). También a través de las raíces las hayas pueden intercambiar señales químicas para compartir recursos como carbono o agua con otras hayas.