El mar dijo: ‘Esto es mío y me lo llevo’
El océano Pacífico hace desaparecer el pueblo de Cedeño, en Honduras
Vista aérea de edificios afectados por el aumento del nivel del mar en la playa de Cedeño.
Resumen del proyecto
#El mar dijo: ‘Esto es mío y me lo llevo’
El mar dijo: ‘Esto es mío y me lo llevo’
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11 marzo 2025
Hace más de treinta años, la NASA lanzó un satélite con el objetivo de entender el comportamiento de los océanos. Sus observaciones confirmaron un fenómeno alarmante: el nivel del mar está subiendo, y el ritmo de este aumento no solo se mantiene, sino que se acelera. Desde 1880, los océanos han crecido más de 20 centímetros, y en los últimos 30 años la velocidad de este crecimiento se ha duplicado. Este fenómeno, causado por la expansión térmica del agua y el deshielo de glaciares, es una de las señales más claras y devastadoras de la crisis climática.
El aumento del nivel del mar no es un fenómeno aislado; es el resultado directo del incremento de las temperaturas globales. La Organización Meteorológica Mundial confirmó que 2024 fue el año más cálido registrado hasta la fecha.
Aunque el cambio climático es un desafío global, su impacto no es igual para todos. Las comunidades más vulnerables —las que menos han contribuido a las emisiones de gases de efecto invernadero— son las que pagan el precio más alto.
Honduras es un ejemplo claro de esta desigualdad. Según el Banco Mundial, es uno de los países con mayor índice de pobreza y una de las clases medias más reducidas en América Latina. A esto se suma su vulnerabilidad extrema a los desastres climáticos. El Índice de Riesgo Climático Global posicionó a Honduras como el tercer país más afectado por fenómenos extremos entre 1993 y 2022. Entre 1998 y 2017, el cambio climático generó pérdidas equivalentes al 1,8 % de su PIB.
En la costa pacífica de Honduras, Cedeño, un pequeño pueblo de pescadores con cerca de 5.000 habitantes, está en la primera línea de esta crisis. Sus playas, ubicadas en el Golfo de Fonseca —una bahía compartida entre Honduras, El Salvador y Nicaragua—, eran un destino turístico popular, sobre todo para los habitantes de la capital, Tegucigalpa. La economía local dependía del turismo y la pesca, pero en las últimas tres décadas Cedeño ha cambiado drásticamente. Lo que antes eran playas concurridas y seguras hoy son paisajes marcados por marejadas violentas, inundaciones constantes, tormentas tropicales y un océano que avanza sin tregua.
Según un estudio de la Universidad Nacional Autónoma de Honduras, entre 1982 y 2015, el océano ha avanzó 40 metros hacia el interior del pueblo, mientras que las playas se encogen de 120 centímetros cada año.

Dilcia Almendares juega con su sobrino y su hija de cuatro meses, Johana, junto a su casa en la playa de Cedeño. Dilcia ayuda regularmente a su esposo, un pescador, a limpiar y vender pescado. Sin embargo, los efectos del cambio climático, la deforestación de los manglares y la contaminación han diezmado la vida marina a lo largo de la costa de Cedeño.
La ubicación de Cedeño en el Golfo de Fonseca agrava su vulnerabilidad. Los golfos generalmente actúan como un embudo, concentrando las aguas durante tormentas y marejadas, intensificando los efectos del aumento del nivel del mar. En los últimos años, estos eventos se han vuelto más frecuentes y destructivos. Según José Rigoberto Ávila, vicealcalde de Marcovia —bajo cuya jurisdicción está Cedeño—, esta localidad ha pasado de tener una marejada cada tres años a experimentar tres en un solo año.
La degradación de ecosistemas naturales como los manglares intensifica aún más la crisis. Antes barreras cruciales contra las inundaciones y criaderos esenciales para la vida marina, estos ecosistemas han sido gravemente dañados por actividades humanas. Sin ellos, Cedeño enfrenta mayores riesgos de inundaciones, degradación ambiental y pérdida de oportunidades de subsistencia.
Lo que el mar se llevó: Hogares
Dagoberto Majano, de 62 años, camina por la playa de Cedeño llevando en la mano un cartel blanco enrollado. Es un mapa deteriorado que muestra las partes de Cedeño que ya no están. Una de ellas es la casa de su infancia, así como los hogares de muchos de sus compañeros pescadores.
“El mar vino y dijo: ‘Esto es mío y me lo llevo’. Se lo llevó y hasta ahí nomás. Y no anduvo pidiendo documentos, no anduvo pidiendo permiso, sino que entró y destruyó”, recuerda Dagoberto bajo la sombra que ofrecen unos precarios techos de plástico que frenan el sol en la playa de Cedeño.
A unos metros, Adriana Teye pone a secar al sol sus pertenencias, mojadas durante las últimas inundaciones. La casa en la que ella y su esposo vivieron durante más de veinte años también está ahora bajo el agua. Esta vivienda era un anexo a una casa vacacional rodeada de más de 200 cocoteros, propiedad de una familia acomodada para la cual Adriana trabajaba como cuidadora.
Ella recuerda claramente el día, poco después del huracán Mitch en 1998, cuando la vio flotando y alejándose con la corriente. Con nostalgia, observa una vieja fotografía de la casa. “Viera qué hermosura era. Era la mejor casa. Allí teníamos agua potable. Antes había de todo aquí. Ahora no, Cedeño no es el mismo de antes”, dice.
Con ella se fue no solo su hogar, sino también el empleo que le había permitido mantener a su familia. Ahora vive en una casa de madera, construida precariamente sobre la playa, y sobrevive con un pequeño negocio que cada vez tiene menos clientes. Año a año se ve obligada a retroceder más por la subida del mar, pero ya casi no le queda espacio, pues por el otro lado está a pocos metros de aguas estancadas y contaminadas con desechos de la comunidad.
Para Delmis Rodríguez, de 67 años, la pérdida fue más reciente. Su hogar terminó de destruirse en octubre de 2023. Los restos aún se observan entre la arena frente a la Playa de Los Delgaditos. De acuerdo con imágenes satelitales de Google Earth, la casa de Delmis estaba a al menos 110 metros del mar en 2004. “Era bien bonita, era grande. Pero ¿qué vamos a hacer? Lo que el mar se lleva ya no se recupera”.
Delmis vive ahora en una casa improvisada construida por uno de sus hijos unos metros más atrás. Cuando se le pregunta si planea mudarse, responde: “Nosotros no tenemos para dónde irnos, tenemos que vivir aquí”.
El siguiente vídeo muestra, a través de imágenes satelitales de Google Earth, la posición exacta de la casa de Delmis Rodríguez en la playa de Los Delgaditos, en Cedeño, desde 2004 a 2024. En 2004 la edificación estaba al menos a 110 metros del agua, mientras que en 2024 la orilla ha llegado hasta su posición. (En el vídeo se omiten las imágenes de 1970 y 1985 por falta de resolución). Fuente: Google Earth
Lo que el mar se llevó: la escuela
Entre las infraestructuras perdidas bajo las crecientes aguas, una destaca: la escuela Michel J. Hasbun. Con más de 400 estudiantes, era el único centro educativo básico de la zona. En 2018 dejó de funcionar al quedar destruida por inundaciones y marejadas. Hoy, los niños asisten a clases en un edificio anexo que no satisface la demanda educativa, lo que ha contribuido a incrementar las tasas de abandono escolar.
Fanny Villagras, de 13 años, es una de las jóvenes que ya no va a la escuela. Su madre, María Luisa Montes, cuenta que la adolescente dejó los estudios para vivir con su pareja, de 18 años. “Mire el mar cómo dejó todo destruido. Esto ya no es de nosotros, es del mar. Ya no existe la escuela”, dice mientras recorre las ruinas del plantel educativo.
Para el líder comunitario Dagoberto Majano, la falta de educación agrava la vulnerabilidad de la comunidad: “Tenemos tantos problemas de alcoholismo y de drogadicción. Hay muchas personas a las que la venta de droga les está atrayendo, y es conflictivo. Aquí hay muchos jóvenes que no saben leer ni escribir. Nunca han cruzado por la escuela porque desde muy pequeños los padres los enviaron a pescar, pero ahora ¿qué sucede? Se va a pescar y de repente no se consiguió nada”.
Una comunidad tan vulnerable como Cedeño a los efectos del cambio climático es una comunidad en la que el crimen organizado y la violencia son más propensas a insertarse.
Lo que el mar se llevó: la pesca
La pesca, que alguna vez fue la base de la economía de Cedeño, hoy apenas subsiste a causa de la disminución de peces en el mar. Este ha sido un golpe devastador para la comunidad. Dagoberto recuerda lo fácil que era pescar décadas atrás: “Parece mentira lo que les voy a decir, pero antes se tiraba el cordel aquí sin carnaza. Y cuando el pescado miraba el anzuelo, como brilla, le parecía que era algo de comida y se pescaba”. Ahora, muchas veces sale a pescar con sus compañeros y regresa a manos vacías.
La pérdida de manglares y la contaminación de las camaroneras han diezmado los ecosistemas marinos. “Si usted saca la almeja de Los Delgaditos, cuando usted la está cociendo, ella echa un olor a diesel”, dice Yeni Hernández, miembro de la Asociación de Mujeres Marisqueras. El grupo trabaja en la reforestación de manglares y promueve actividades de turismo sostenible, aunque el camino es largo.
Sin alternativas económicas, los pescadores de Cedeño se ven atrapados entre un mar que ya no ofrece sustento y un sistema que no les brinda apoyo: “No tenemos un proyecto alterno dentro de la comunidad. Nosotros solo vivimos de la pesca, no vivimos de otro rubro. Si no conseguimos nada en el mar, estamos esperando a la voluntad de Dios”, agrega Dagoberto.
Sin lugar a dónde ir
La crisis climática está impulsando el desplazamiento en Honduras. Un estudio de la Alianza Hondureña para el Cambio Climático revela que el 95 % de las familias en la región sur tienen al menos un familiar desplazado por consecuencias relacionadas con el cambio climático, como pérdida de medios de vida y dificultades para acceder a servicios básicos como la alimentación. En Cedeño, esto es evidente: todas las personas entrevistadas tienen parientes que han huido.
En Honduras, este factor se suma al del desplazamiento forzado a causa de la violencia. A mediados de 2024 había más de 247.000 hondureños fueron desplazados internamente por causas asociadas a los impactos de la violencia y a las actividades de las organizaciones criminales, como la extorsión, las restricciones a la movilidad, la violencia de género y el reclutamiento forzoso de niños y adolescentes. Además, más de 338.000 son refugiados o han solicitado asilo en el extranjero.
Edwin Cruz, de 33 años, huyó a Cedeño cuando tenía 10 después de que grupos criminales entraran en la casa de su familia en Tegucigalpa, la capital, y mataran a sus padres. El pequeño fue testigo del asesinato mientras se escondía debajo de la cama. Sin saber a dónde ir, corrió al mercado de la ciudad y subió a un autobús que se dirigía a Cedeño porque siempre había escuchado sobre sus playas y nunca había visto el mar.
“Lloré cuando miré el mar. Fue una alegría para mí”.
Con el apoyo de la comunidad, Edwin aprendió a leer, a escribir y a pescar. Sin embargo, ahora se enfrenta nuevamente a la posibilidad de tener que desplazarse ya que su casa de madera está a pocos metros de la playa. Cada año retrocede un poco, pero está acercándose cada vez más a las aguas verdes de la parte posterior.
Edwin no imagina un futuro en un lugar que no sea Cedeño, que para él es su casa. “Me gusta Cedeño porque es una aldea sin violencia. No hay peligro de nada. Nunca se me ha dado en la mente irme. Nunca”, comenta. Pero reconoce que no descarta nada en el futuro, “porque el mar viene avanzando y peleando lo que es de él”.
La situación de Edwin es un paradigma de lo que sufren millones de personas en el mundo. De acuerdo con ACNUR, la Agencia de la ONU para los Refugiados, unos 90 millones de personas desplazadas por la fuerza viven en países con una exposición de alta a extrema a los peligros relacionados con el clima, y casi la mitad de todas las personas desplazadas por la fuerza padecen la carga tanto de los conflictos como de los efectos adversos del cambio climático. Para las personas ya afectadas por la violencia, como Edwin, el cambio climático representa una injusticia más.
Según cifras del Banco Mundial, el cambio climático podría obligar a desplazarse dentro de Honduras hasta 56.400 personas para 2050, lo que se sumaría a la ya numerosa población desplazada internamente. Estos desplazamientos forzados conllevan riesgos adicionales, ya que las personas tienden a trasladarse a ciudades del país que tienen altos niveles de violencia y control por parte de organizaciones criminales.
Durante las últimas inundaciones, la casa de Edwin se inundó por completo. “Fue triste para mí porque se me mojaba cada esquina. Ya dormía como un pollo, un pollito mojadito, hasta que llegaron a ponerme una lámina en el techo”.
Las condiciones de vida extremadamente precarias también ponen presión a la situación. “Ahorita, la situación de la pesca es que no hay nada, nada, nada, nada”, cuenta Edwin. “Yo en las noches pienso. Yo aguanto hambre en mi estómago. Cuando yo me levanto en la mañana, busco la forma de que mi estómago tenga algo”.
Edwin espera que, si algún día el mar llega a su casa, algún vecino le preste un nuevo espacio en el que vivir. Pero si no ocurre, sabe que tendrá que volver a desplazarse. Si eso ocurriera, hay un lugar al que seguramente no volverá: Tegucigalpa.
¿Cuáles son sus sueños?
¿Mis sueños? Mi sueño es irme
Mientras Edwin sueña con quedarse en Cedeño, hay otras personas en la comunidad que consideran que la única manera para sobrevivir es irse. En 2018, María Luisa Montes arriesgó su vida desplazándose a Estados Unidos junto a su hija Fanny ante la falta de pesca, que afectó a su negocio de venta de comida. Después de que su hija sufriera un accidente y estuviera en coma por 16 días, María Luisa cayó en depresión y volvieron a Cedeño. Regresar significó empezar desde cero, pero ahora su única meta es volver a salir.
“Miren, es que aquí no hay nada. Rotundamente. Aquí no hacemos nada. No hay nada. Aquí está sin gente, porque aquí la gente se ha ido por las necesidades que mantenemos nosotros aquí”.

Haciéndole frente al mar
“Tenemos que convivir con el riesgo”, dice Dagoberto respecto a qué le queda por hacer a la comunidad. Como miembro del Comité Local de Emergencias, aboga por apoyo para su comunidad de las autoridades municipales. Si bien para él es crucial que Cedeño reciba ayuda cuando enfrenta emergencias como marejadas e inundaciones, se necesitan soluciones a largo plazo. A su juicio, solo hay una: “La respuesta que nosotros estamos solicitando aquí es una reubicación, porque no estamos solicitando una ración de alimento. Sí, porque una ración de alimento lo viene a sustentar una semana, pero a la siguiente semana quedamos en lo mismo”.
María Luisa, a su vez, se reúne con la Asociación de Mujeres Marisqueras para replantar el manglar. “Usted sabe que el manglar es el que da la vida a nuestras conchas, a los curiles, a las almejas. Sembrar es lo que más me gusta. Vamos hasta 40 personas a sembrar y nos sentimos alegres, motivadas”. Juntas también están planificando un proyecto de turismo educativo y sostenible para mostrar a las personas cómo el cambio climático está afectando a Cedeño.
"Mientras tanto, el océano avanza, llevándose hogares, medios de vida y fragmentos de historia que desaparecen con cada marea. La crisis climática es también una crisis humana. En Cedeño, no se mide en informes, sino en cada ola que llega más lejos que la anterior, en cada familia obligada a moverse, porque, como dice Delmys: ‘Cuando ese mar se enoja, hay que salirse, si no se lo lleva a uno también’.

Vista aérea de los manglares ubicados junto a Cedeño.